Noche desierta
Extenuado, Martín bajó pesadamente del autobús. Dio la vuelta a saludar débilmente a sus compañeros, quienes se abarrotaban junto a la ventanilla para responderle. Observó el asfixiante humo del colectivo al alejarse, perdiéndose en la oscuridad de la noche.
Comenzó el viaje hacia su hogar, el cual quedaba a cinco cuadras de la parada. Vivía en un sitio alejado del pueblo, junto a un campo baldío. La mayoría temía rondar por aquellos lugares, pero Martín se había acostumbrado a las incesantes caminatas e inescrutable oscuridad.
Normalmente caminaba a paso ligero y llegaba antes de poder percatarse de ello, excepto las tardes en que practicaba rugby.Mil veces había dicho a su padre que prefería el fútbol a este violento deporte, mas lo obligaron a practicarlo. Al acabar las clases, se sentía víctima de una avalancha de rocas.
Exactamente la misma sensación que aquel día sentía. Por más rápido que intentase marchar, en vano conseguía dar tres pasos. Sus ojos comenzaban a cerrarse, sumiéndolo en un sopor, cuando un chillido lo sobresaltó.
Alzó la vista al instante, topándose ante sí un ser que jamás había visto en su vida. Era bajo y peludo, con orejas puntiagudas y cortas, centelleando sus ojos azufre en la noche.
Martín escrutó a su derredor en busca de ayuda, sin hallar siquiera un alma. Volvió a fijar sus ojos en la bestia, la cual se acercaba lentamente. No osó pensar su origen, mas corrió a toda velocidad en dirección opuesta.
El corazón le galopaba con furia y su respiración se entrecortaba inconcebiblemente. Decidió descansar al comprobar que la bestia no lo seguía.
Se hallaba en medio del campo, solo y aterrado. Un segundo gruñido, bajo y agudo, paró en seco su pulso. La criatura se acercaba, por lo que volvió a correr, esta vez más lento. Al fin llegó junto a la parada, donde su hermana lo esperaba, ceñuda.
— ¿Por qué saliste corriendo a la ruta contraria?
Martín le fijó la vista, extrañado.
— ¿Qué?
—El camino a casa está para allá, tonto— señaló a su diestra, fastidiada.
Su interlocutor recobró la compostura, sin salir de su asombro.
— ¿No lo viste?
— ¿Ver?— rió su hermana—. Este lugar esta desierto, Martín observó a su derredor, un tanto recelosa— hablando de eso...creo que sería mejor irnos.
—Pe-pe-pero...
—Si te querés quedar acá, no tengo problema alguno— dio la vuelta y comenzó a andar— tal vez te haga compañía tu amiguito.
Lanzó a reír, seguida por su contrariado hermano. El niño escrutó una vez más su derredor, sin hallar nada. Paró en seco, sin atreverse a dudar de su cordura. Entonces, potente y ronco, el gruñido de la bestia obligó a sus pies a proseguir rápidamente.
No hay comentarios:
Publicar un comentario