jueves, 26 de enero de 2012

Morbosa Oscuridad


Morbosa Oscuridad



      Por ese tono de voz grave y gélida, Nancy supo al instante que estaba en problemas. Vendada en los ojos, anudada por las manos y los pies, solo lograba percibir un fuerte hedor y oír el constante piquetear de gotas tras de ella, seguramente de alguna cañería averiada. Una mano masculina la tomo de la barbilla con dureza.

      —Escucha, niñita, tienes 12 horas de vida… si no pagan, estas muerta.



      Era una tarde soleada, Mary la tomaba de la mano y reía tontamente, mirando el cielo con aire risueño. Los rayos del Astro Rey se posaban sobre las cabezas de las niñas, haciendo brillar sus cabellos dorados. Su padre las esperaba en el auto y su madre las empujaba con ternura para subir al Volvo.
      —Vamos, apuren, chiquitas.
      Nancy le sonrió y corrió hasta papá. Le encantaba tirarse a su cuello y darle un beso en la mejilla. Las subieron al auto. El olor a nafta y el sofocante calor mareaba un poco. Mama las beso en cada mejilla. Papá les revolvió los cabellos.
      El conductor vestía un traje negro. Les guiño un ojo por el espejo retrovisor y acelero la velocidad.
      — ¿Trajeron sus notas?
      La pequeña Mary alzo orgullosa su hoja de notas. Los ojos verdes le brillaban de emoción.
      —Si… ¡ya se tocar el feliz cumpleaños!
      — ¿Y eso que? yo ya voy por "para Elisa"- replico Nancy, sacándole la lengua.
      El hombre dio la vuelta, mirando de frente los ojos finos y café de la muchacha.
      —Bueno, el piano es algo complicado para una niña de ocho años. Es una gran mejora para Mary.
      —Yo tengo doce, no hay gran diferencia.
      —Hay cuatro años de por medio, no…
      — ¡Al frente!…—el grito de Mary les aturdió los oídos.
      El conductor volvió la mirada. Un camión se acercaba a ellos, volcado de costado. Intento virar el coche… pero ya era muy tarde. El impacto fue mortal. Chocaron directo contra un árbol. Nancy oía las patrullas de la policía y la ambulancia. Se escurrió entre los asientos. Vio el cabello rubio de su hermana moteado de sangre. Le sacudió el hombro, con las lágrimas corriéndole por las mejillas.
      —Mary… ¡Mary, escúchame!
      Las manos de un hombre la tomaron por la cintura. Ella seguía aferrada a su hermana, con la cabeza gacha.
      Los recuerdos de ese día son borrosos. Se veía sentada a un lado, bajo un árbol, sorbando una tibia taza de café. Una mujer de sonrisa tersa y cabello largo se le acerca.
      —Ven, voy a llevarte a tu casa.
      Se sube a su auto, una chevy. Dos hombres morrudos la miran. La mujer le sonríe. Luego toda la realidad se tornó oscura...



       — ¿Por que me hacen esto, que quieren de mí?
      Silencio. Oscuridad. La más morbosa oscuridad. Intenta recordad la sonrisa de su madre. Le daba fuerzas cuando estaba débil. Ya no tenía orientación del tiempo. No sabía cuando anochecía, y cuando amanecía. Solo tenia un olor a muerto, el constante gotear en su oído… y cada tanto lejanas voces masculinas, siempre enfadadas.
      Cada tanto alguien entraba. Antes se quedaba en la oscuridad, mirándola. Al cabo de un tiempo, se le acerco. Comenzó a tocarla. Era una sensación extraña, y dolorosa. La desataba, pero no le quitaba las vendas de los ojos. La primera vez dolió mucho. La acorralo contra el muro de la celda y sacudió todo su pequeño cuerpo. Cuando Nancy yacía jadeante y mojada (¿era sangre lo que le escurría entre las piernas?), volvió a atarla y se fue. Las siguientes ocasiones siguieron haciendo lo mismo. Incluso la tomaba del cabello. Pero ya no dolía tanto.
      La soledad era su peor enemiga. Hablaba en voz alta para al menos escuchar una voz... Se sonreía para tener un consuelo.
      —Estrellita, ¿donde estas? Brilla, brilla, sobre el mar… A Mary le gustaba esa canción. No se dormía si yo no se la cantaba, y le acariciaba el pelo… ya casi no recuerdo como era una estrella…me gustaría ver alguna.



      Habían pasado cinco horas. Su raptor le había dejado un reloj junto a ella, que a cada hora soltaba un pitido. Nancy el conto, angustiada, sollozando.
      —Mamá y papá tienen el dinero, van a ayudarme… ellos tienen el dinero…



      La celda se abrió de un golpe. Los pasos eran agresivos. Se detuvo a su lado y de un golpe le puso un aparato junto al oído.
      —Son tus papitos. Diles como sufres.
      —Nancy… ¿Nancy, mi nena, estas?
      La niña comenzó a llorar… era mama, era su hermosa voz.
      — ¡Mami, mami, ayudame! Quiero irme.
      —Ya se, bebe—el llanto de su madre era apagado—,  necesitamos saber como estas.
      —Diles que estas bien.
      —Emh… estoy bien, mami.
      — ¿En donde estas, tienes idea del lugar? La policía ira y te sacara, nena, no…
      Le arranco el teléfono. Sonaba furioso.
      —Dije que dejara el dinero donde acordamos, estúpida.
      — ¡No vamos a darle un centavo, y si le hace daño a mi hija, se pudrirá en la cárcel! Esta llamada esta interceptada, ahora mismo van en busca de mi Nancy… ¡espera, bebe, ahí va mami, no…!
      El hombre lanzo el teléfono a un lado, soltando un aullido de rabia.
      — ¡Malditos, malditos bastardos! ¿Se creen que pueden conmigo?
      Nancy intento alejarse, tiritando del miedo. El sujeto la tomo de los pelos y la arrastro fuera del lugar. La niña gritaba. Sus chillidos retumbaban en el recinto. El suelo ajado le rasgaba la piel. Y ese olor…
      Le dio una patada en el estómago. Nancy ya no lloraba. Ya no gemía. No había mas espacio en su pequeño cuerpo para tanto dolor. El hombre se arrodillo a su lado. Le acaricio una mejilla.
      — ¿Sabes, linda? Tengo una hija de casi tu edad. Me gustan lo niños. Pero así es el dinero —le susurro al oído, con voz suave— Dime un deseo, y te lo concedo.
      —Quiero…— una lágrima recorrió su mejilla— quiero ver una estrella.
      Le descorrió el retazo de tela de los ojos. Tenía magullada las sienes de tanta presión. Le desato las manos y los pies. El sujeto era joven, de apenas treinta años. Su cabello cobrizo le recordaba al de su padre.
      —Ven, levántate, hoy veras una estrella.
      La ayudo a ponerse de pie. Las rodillas le temblaban. Sus músculos estaban débiles. Su cuerpo era demasiado delgado. El pelo desgreñado le caía por los hombros. Ya no olía a jazmines. Olía a mugre y sudor.
      Camino de su mano por un estrecho pasillo. Tuvo el impulso de huir, de correr… pero ya no le quedaban fuerzas. Salieron a un descanso. Había una enorme ventana. Fuera anochecía. La sentó sobre el alfeizar…
      Y justo allá, a lo lejos, la vio… ¡Oh, Dios, era tan brillante! Titilaba, hasta casi parecía moverse. Comenzó a llorar en silencio de la emoción.
      —Es… es hermosa.
      Presiono el arma sobre su nuca. Nancy miro a la estrella, se aferro a ella, como se había aferrado a su hermana en el accidente.
      Llévame contigo.
      Oscuridad. La más morbosa oscuridad.

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