Macabra venganza
En un lugar remoto de Salem, cuando aún cursaba el siglo XVII, dos demonios decidieron juntarse. Se excusaron con sus amas hechiceras y convinieron en verse a la orilla del lago a medianoche, a la luz de la luna llena.
Ahriman, el más perverso de ambos, fue el primero en tomar la palabra.
—Ha-satan, Iblis.
—Ha-satan, Ahriman— respondió este, haciendo una débil reverencia.
— ¿Cómo te ha ido últimamente con Perseis?
—Igual que a ti con Tiresias— contestó Iblis, entrecerrando sus menudos ojos de rata.
Ahriman reptó su largo cuerpo de serpiente hasta su compinche, donde le susurró suavemente al oído:
— ¿No crees que es demasiado sufrimiento para dos leales demonios como nosotros soportar las órdenes de un par de inservibles amos?
Iblis se volvió a él, alzando sus agudas orejas de gato.
—No tengo idea de que estás tramando, pero espero que no vuelvas a meternos en un lío.
El susodicho retrocedió con gesto ofendido.
—Pero si apenas nos castigaron un siglo, además- erizó las púas de su espalda- un quisquilloso se enfada porque le has comido el humano que pensaba sacrificar— echó un bufido de fastidio—. ¿Qué hay de malo con comer algo que piensan sacrificar? Al fin y al cabo va a morir.
—No, no, no y no— se corrió a un lado, tiritando de pánico—. ¿Qué tal si esta vez nosotros somos el sacrificio?
—Nada es peor a lo que ya sufrimos— atrajo a Iblis hasta sí con su esbelta garra de tigre—. Nos obligan a adularlos por toda una eternidad, buscar sus presas, ser sus voceros y hasta despellejar las ratas para las pociones, siempre sin darnos ni un poco de crédito— se envaró, resaltando el brillo granate de su mirada—. Es hora de nuestra vendetta.
Iblis amagó a huir, mas Ahriman lo asió del cuello. Al ver la fiereza del demonio y tras reconocer que había certeza en sus palabras, aceptó su idea. Observó las cadenas en sus extremidades, las cuales marcaban su calidad de esclavo, y no pudo más que estar de parte de Ahriman.
—No se qué le pasa últimamente, Tiresias— murmuró la hechicera, con voz cansina—, está peor que nunca.
—Lo mismo sucede con mi daimonion, Perseis. Ahriman siempre ha sido muy solícito, pero estos días... ha dejado mucho que desear.
—Tal vez sean los años, o una rabieta que les ha dado—comentó Perseis, entrecerrando los ojos con cansancio—. Iblis no suele ser así, pero la posibilidad no desaparece. ¿Qué piensas, Tiresias?
El mago se volvió abruptamente, saliendo de sus ensoñaciones.
— ¿Quién sabe?— farfulló, bajando la vista.
Viró la mirada a un lado y otro, inquieto. Un presentimiento inexplicable a su saber lo recorría, aquel que se siente cuando un peligro te acecha. Alzó la cabeza, topándose con el rostro ceñudo de Perseis.
— ¿Sucede algo?— inquirió esta.
El hechicero amagó responder, cuando un agudo chillido surcó el aire. Sin darles tiempo a reaccionar, una muchedumbre de campesinos los acorraló con sus lanzas. Fueron escoltados hasta la horca y asesinados por sus crímenes.
Mientras tanto, Ahriman e Iblis aún rondaban en el bosque, esperando a sus dueños humanos para atacarlos. Al ver que no se hacían presentes, Iblis abandonó la guardia.
—Acabemos con esto, Ahriman— se rascó el morro—, no vendrán.
—Tarde o temprano lo... — lanzó un grito de emoción.
Iblis lo observó con extrañeza, mas al ver que las cadenas de sus patas desaparecían, no logró contener su emoción. Los demonios continuaban con su celebración, cuando un trueno decapitó un árbol junto a ellos. Iblis, presa del pánico, comenzó a chillar.
Un segundo trueno quebrantó los nervios de Ahriman, mientras una voz celestial irrumpía en la escena:
—Daimonions del inframundo, he bajado de los cielos a castigarlos— los susodichos comenzaron a sollozar, mas la voz continuó—. No sólo han dado la espalda al Bien, sino también a quienes debían ser sus amos, dueños de su vida y ley.
—No, no, excelentísimo señor— gimió Iblis—, yo sólo quería ser libre.
—En mi mundo no hay esclavos— prosiguió la voz—, en mi mundo no hay amos ni cadenas... es su decisión ser parte de él.
Iblis se postró a sus pies y rogó piedad, mientras Ahriman lo enfrentó con sus garras.
—No te temo, charlatán. Si fueras tan poderoso, nos habrías matado con un chasquido de dedos.
La voz se acalló un segundo, meditando la ocasión. Finalmente carraspeó, y en ese carraspeo Ahriman se transformó en la oscuridad de las cuevas, silenciosas y osadas, llamativas y siniestras, mientras Iblis, en honor a su arrepentimiento, fue transmutado en la estela de luna llena, aquella que alumbra la inescrutable oscuridad y nos guía en las negras noches.
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